viernes, julio 26, 2024
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Los excombatientes de las Farc que abrirán el Salsódromo de la Feria de Cali

Por primera vez, excombatientes de las Farc participarán del desfile de salsa más importante del mundo en la Feria de Cali. Ambos dejaron las armas en 2016 y bailarán junto a víctimas del conflicto armado, exguerrilleros del M-19, policías y militares en la comparsa Salsa Paz.

El primer arte que Jenny Andrade y Raúl Miranda aprendieron fue a chatear. Pero no el chateo convencional de la tecnología, sino el que se hace con toallas y nudos, el chateo con el abecedario propio de la cárcel de Jamundí, ese que se inventaron los presos para comunicarse entre pabellones cuando se asoman a las ventanas. Jenny salió de la cárcel en 2016 y no se le olvida que los últimos años de la guerra los vivió allí pagando una condena por rebelión. Su historia la podría contar “chateando” con toallas como hacía en la cárcel o bailando salsa en el desfile más grande de ese género en el mundo. Ella eligió la segunda, aunque le falte una pierna.

Andrade y Miranda son los dos excombatientes de las Farc que abrirán el salsódromo de la Feria de Cali 2022 este sábado 25 de diciembre. Es la primera vez que reincorporados de esa guerrilla se suman al evento cultural más importante de Cali y más grande del mundo en el género de la salsa. No es para menos: este año el salsódromo cumple 15 años. Bailarán el vals. Y la comparsa que abrirá el desfile es la que lideran los dos exguerrilleros: se llama Salsa Paz y fue organizada por la secretaría de Paz de Cali y la escuela de salsa Arrebato Caleño.

La historia de guerra de Jenny y Raúl es distante. Ella pasó 19 años en la guerrilla como combatiente del frente Manuel Cepeda Vargas, a la cabeza de Juan Carlos Úsuga, conocido en la guerra como “El Enano”. La mayor parte de sus años de guerra los vivió en el Río Naya, en la selva chocoana y la nariñense. Allí sobrevivió a varios combates y emboscadas, aunque en una de ellas perdió su pierna izquierda porque el Ejército, en 2010, bombardeó el campamento. Raúl fue miliciano del Frente 30 de las Farc comandado por Arnoldo Medina. Estuvo 20 años en la guerra desde Cali como guerrillero urbano. Vivió los golpes más duros de las Farc en esta ciudad como el secuestro de los diputados del Valle o el atentado al Palacio de Justicia.

A pesar de la cercanía geográfica y de que en varios momentos fueron dirigidos por el mismo comandante, no se conocieron en armas. Fue hasta el 2017, después de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc, que su historia se cruzó en Cali y comenzaron a trabajar como Gestores de Paz y Cultura Ciudadana, un programa de la administración de Maurice Armitage, liderado por la secretaría de Paz, que empleaba a excombatientes, a víctimas del conflicto y a pandilleros en proceso de resocialización. También pasaron varios momentos juntos en la antigua zona veredal de La Elvira (Buenos Aires, Cauca) la zona donde dejaron las armas.

Seguramente se toparon después en la cárcel de Jamundí, donde ambos llegaron presos por rebelión y otros delitos. Raúl en 2008 y Jenny en 2014. De allí salieron hasta que se firmó el Acuerdo de Paz que le permitió a la guerrilla de las Farc excarcelar a combatientes y milicianos que reconocieron en una lista que entregaron al Gobierno como parte de la negociación. Raúl alcanzó a pagar nueve años de prisión, de los 34 años a los que lo condenaron por los delitos de homicidio y rebelión. Jenny pagó dos de los ocho años de prisión que le ordenaron por rebelión y porte ilegal de armas.

Jenny fue de las primeras guerrilleras que recibió el indulto producto de la negociación en La Habana. Salió en enero de 2016, incluso antes de que se firmara la paz como parte del pacto del gobierno y la guerrilla por la disminución de la violencia. En cambio, Raúl fue de los últimos: lo indultaron hasta noviembre de 2017, un año después de que se firmara el Acuerdo de Paz y casi año y medio después de que salieran los primeros guerrilleros de las cárceles.

Cuando hablan de sus inicios en la guerrilla también tienen coincidencias. Ambos fueron reclutados en barrios marginales de Cali. Raúl, por ejemplo, llegó a las Farc por varios amigos que en el Distrito de Aguablanca le hablaron de la guerrilla. Igual que a Jenny que, a sus 17 años, desde el barrio Los Chorros, le ofrecieron esa alternativa de vida a ella y a cientos de jóvenes más de la ladera y de Siloé, dos de las zonas más vulnerables de la ciudad. Todos, menores y mayores de edad, se fueron para el monte a pasar los seis meses de entrenamiento de la guerrilla en la selva del Pacífico. Cuando aprobaban el curso, se iban o de milicianos o de guerrilleros. Allí también habrían podido cruzarse.

Jenny bailará con la prótesis que tiene en su pierna izquierda y, dice, ese es su mayor orgullo. “Esa es una herida de guerra de las tantas que tengo”. En el bombardeo de 2010, sobrevivió de milagro. En ese operativo militar murieron al menos ocho exguerrilleros en ese campamento y 10 quedaron heridos, entre esos ella y un primo suyo que también integraba las filas y quien perdió su brazo derecho. Esa es la historia que más recuerda de la guerra, aunque también habla de las incontables veces que intentaron capturarla y huyó herida, o de la vez que le pusieron una trampa para capturarla en el sepelio de su madre en Cali. Finalmente se la llevaron en 2014 en Cali porque se negó a darle información al Ejército sobre sus comandantes. “Yo les dije que me llevaran porque no les iba contar nada”.

A Raúl lo había capturado seis años atrás, en 2008, cuando varios milicianos del Distrito de Aguablanca empezaron a entregarse y a dar información sobre el resto de guerrilleros urbanos de la ciudad. “Varias veces la Sijín me había dicho que me iban a llevar y un día en el barrio asesinaron a un señor, yo no lo conocía, pero me achantaron ese muerto a mí y me llevaron por el delito de homicidio”. Para ambos, la guerrilla fue la única opción de vida que encontraron en medio de una ciudad profundamente desigual y marcada por la violencia. “Era una opción de tener un proyecto de vida, de trabajar y de formarse como persona”, dice.

El paso de la paz

Todos los salseros y melómanos de vieja guardia conocen al dominicano Frankie Dante y la Orquesta Flamboyán. Su música ha sido un acto político en Latinoamérica. Gerardo Quintero, periodista y salsero en Cali, lo definió como un hombre con “una gran consciencia política. Por eso cantó que, si él fuera presidente, la guerra terminaría y no habría fuerzas armadas”. Precisamente su canción “Paz”, compuesta en 1968, tiene más vigencia que nunca en Cali. Esa será la canción que bailarán los integrantes de la comparsa Salsa Paz, con un mensaje contundente en el coro. “No quiero guerra, yo quiero paz”.

Con ese himno de fondo, que el dominicano compuso en la época de la guerra de Vietnam y que es una especie de protesta salsera, bailarán Jenny y Raúl como los primeros excombatientes de las Farc que participan de un salsódromo. Esa es la canción que eligió la comparsa para llevar un mensaje de reconciliación e inclusión en el desfile de salsa más importante del mundo. Ese es el verso que abrirá el show con personajes que participaron o se vieron afectados por la guerra colombiana y que el sábado se unirán a bailadores y bailarines profesionales de la ciudad.

Norah Alejandra Tovar, periodista y la directora de la escuela de salsa Arrebato Caleño, fue una de las gestoras de este proceso de reconciliación. Su discurso es profundamente político, pero como ella misma dice, no tiene colores políticos. “La idea de Salsa Paz nace de un encuentro que tuvimos con el secretario de Paz Fabio Cardozo. Se nos ocurrió que podíamos llevar un mensaje de inclusión en el desfile como una apuesta de que el arte es profundamente sanador en estos procesos de transición social”.

Norah es una mujer convencida de que puede transformar el mundo con la salsa. Lo dice con esa certeza porque la salsa le cambió la vida a ella y a cientos de extranjeros que recibe año tras año en su escuela de baile. Para ella, esa es una apuesta política, turística y cultural. En su familia, por ejemplo, siempre se escuchó salsa. Y en las épocas más duras de la violencia en Cali y del conflicto armado, nunca faltaron las discusiones políticas más trascendentales en su casa con una buena melodía de fondo. Ese ritmo, para ella, es mucho más que la identidad de los caleños. Es un ritmo de revolución, pero también de reconciliación.

Por eso se sumó a esta apuesta de enseñarle el “paso de la paz” a militares, policías, exguerrilleros de las Farc y del M-19 y víctimas del conflicto, que también integrarán esta comparsa. “El paso de la paz no es solo el paso de baile, sino también es una apuesta social para que la gente entienda que se debe dar un paso hacia la paz, y que es una responsabilidad de toda la sociedad civil, no solo de ellos que están en un proceso de reincorporación, sino de todos los colombianos, de todos los caleños”. Norah es una mujer soñadora, y dice con convicción que Salsa Paz no es solo una apuesta de la Feria de Cali: “Queremos llevar esta comparsa a todo el país, a todas las ciudades, a todos los festivales de Colombia”.

De hecho, de todos los escenarios en los que Jenny y Raúl han coincidido, el que más los ha mantenido unidos ha sido, precisamente, el de esta comparsa. “Agradecemos que en el desfile podamos salir como lo que somos, como exguerrilleros. Eso queremos, que la gente no nos vea como bailarines sino como excombatientes que dejaron las armas y le apostaron a la paz”, dice Raúl en medio de la entrevista.

Con Jenny llevan por lo menos dos meses viéndose casi a diario en Cali, yendo a los ensayos generales del salsódromo y atendiendo entrevistas. A la comparsa Salsa Paz llegaron por una persona que los conocía en la alcaldía y que sabía de su proceso de reincorporación en la ciudad. “Nos dijeron que iba a haber este desfile en el Salsódromo y que si queríamos participar para llegar un mensaje de concientización. Nos gustó la idea porque es algo que nos puede unir como sociedad”, cuenta Jenny, quien dice entre risas que ya se sienten parte del patrimonio de la Feria.

Si hay algo que caracteriza a Raúl y Jenny es, sin duda, su compromiso con cumplir el Acuerdo de Paz. Ambos están estudiando en el Sena un Técnico en Bioseguridad y han hecho al menos dos estudios tecnológicos más desde que empezaron su reincorporación. Aunque laboralmente las puertas no se han abierto para ninguno por la estigmatización que hay todavía frente a los exguerrilleros, ambos dicen que su principal preocupación es su seguridad. En Colombia van 344 excombatientes asesinados desde la firma del Acuerdo. Ambos han recibido amenazas y hostigamientos en Cali. Jenny, por su parte, está desplazada de su barrio en la ladera y espera que su seguridad se garantice en un desfile al que asistirán más de 3.000 personas. El paso de la paz, para ambos, será el día que puedan salir a bailar salsa en Cali sin el temor a ser asesinados.

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